Hasta el fin del mundo es una novela publicada en 2009 en España, que ha sido reeditada en 2017 por la editorial cubana Sed de Belleza.

 


















  Esta obra narra las peripecias de un peculiar viaje que comienza en la tranquila ciudad de Santa Clara -en el centro de Cuba- y termina en Santiago de Compostela, luego de recorrer a fondo el Madrid marginal y el mítico Finisterrae gallego. Esperpéntica peregrinación, que el ingenuo protagonista de la novela realiza en contra de su voluntad, sin ser consciente de ello, empujado por los acontecimientos y su personal resentimiento al padre que le abandonara siendo un adolescente. A medida que avanza la historia, el protagonista-narrador se ve desnudado material e interiormente, transitando desde la apacible existencia inicial hasta las puertas de la más absoluta locura.





















   
  Las historias contenidas en Hasta el fin del mundo han sido extraídas de la vida real. ¿Para qué inventar situaciones, si la realidad suele superar a la ficción? Por esa razón, para que ninguna persona se sienta señalada, a los personajes que pueblan el libro se les llama con apodos que les caracterizan: Bebito, el Gordo y el Flaco, El Jabalí, El Trompetista, La Bailarina, La Bacall, Tropelaje, La Sueca, El Sacerdote... En realidad cada uno de nosotros puede verse retratado en este libro, pues sus personajes son el resultado de una atenta mirada al interior del ser humano.

  Los variopintos paisajes donde se desarrolla la historia también son actores vivos, que se describen en todo su cambiante esplendor. Y al exponer sus avatares, el narrador no se posiciona: solo cuenta lo que ha vivido, dejando en manos del lector la posibilidad de sacar sus propias conclusiones. 

  A pesar de su aparente complejidad, éste es un libro fácil de leer, que apela a la lírica y el humor mientras disecciona con el bisturí de la ironía las más increíble situaciones.



 ¿CÓMO SURGIÓ LA IDEA DE ESCRIBIR HASTA EL FIN DEL MUNDO?
  
  Hacer el camino de Santiago era uno de mis viejos sueños, alimentado por la lectura de multiples historias interesantes. Y en mayo de 2004, junto con el filósofo gallego Juan Lois y el periodista cubano Jorge José Rodríguez, me eché a la aventura.

 

























  
    Así, mientras recorríamos el tramo gallego del Camino Francés compartimos andadura y sueños con personas de diversas nacionalidades, soportamos la canícula del mediodía y el frío viento matinal, salimos airosos de algún incruento altercado y acrecentamos nuestra amistad a la sombra de robles centenarios o sobre el duro suelo de un improvisado refugio.












  








  Tras la obligada noche en el albergue del Monte dos Pozos, rebosante de ronquidos y olores indescriptibles, entramos en Santiago de Compostela con la alegría de quienes han conquistado una meta necesaria.














  




  Y luego de un divertido día en la capital de Galicia, regresamos a casa. La rutina volvía a nuestras vidas, enriquecidas, eso sí, por la nueva experiencia.


  Cuando llegué a Vigo, desempaqué la menguada mochila y me dejé caer en la cama. Acostado bocarriba, descansando, por fin, en un colchón del siglo XXI, descubrí que aún contaba con cinco largos días de vacaciones. ¿Qué hacer?

  Recordé entonces que, según la tradición, el Camino no concluye en Santiago de Compostela sino en Finisterre, el sitio donde los romanos creían finalizaba la tierra; y el sol, soberano indiscutido del universo, se hundía en el mar tenebroso para renacer al día siguiente. Finisterre era también el sitio donde los peregrinos de la vieja Europa -siguiendo el curso de la Vía Láctea- remataban un largo viaje iniciático, lavaban su pasado en el frío mar, quemaban las ropas usadas en el viaje, asistían a la puesta del sol y, renovados, emprendían el impredecible regreso al hogar.

  No lo pensé dos veces y retorné a la estación de autobuses de Vigo: disponía de cuatro días para viajar "al fin del mundo" y retornar.
 

   
  Finisterre me esperaba envuelto en una espesa niebla. Dejé mi mochila a buen recaudo y, acompañado por la más absoluta soledad, emprendí el camino hacia el cabo. Para mi sorpresa, encontré alli a una enigmática sueca de mirada azul turquesa y extraña sabiduría. Poco tiempo hablamos, mirándonos a los ojos, envueltos en la niebla; pero aquel encuentro me dejó con la impresión de haber conocido a esa mujer en el comienzo de los tiempos.


  Al día siguiente, tras dormir en un estafalario hostal, decidí escalar el relativamente cercano Monte Pindo, también llamado "el olimpo celta". Debo reconocer que el miedo y la niebla acompañaron mi solitaria ascensión, y en varias ocasiones estuve a punto de volverme atrás. Pero llegué tan alto como pude y al atardecer, por encima de la bruma, volví a encontrarme con Finisterre dibujado en el horizonte.














  Pasaron varios meses. Un  buen día de verano, Kike Menaberriet, magnífico músico y aún mejor persona, me avisó que dos conocidos pianistas cubanos -padre e hijo- daban un concierto en el anfiteatro del Parque de Castrelos.

  La noticia me extrañó. Sabía que el padre había abandonado Cuba a principios de la Revolución, dejando a su familia en la estacada, y durante décadas muchas razones le habían separado física e ideológicamente de su  hijo. Pero esa noche en Castrelos, tras los telones del escenario, vi llorar y abrazarse a los dos hombres; y entonces, como si fuera un relámpago, pasó por mi mente la idea que dio origen a esta novela.




  Hasta el fin del mundo no es ni pretende ser, bajo ningún concepto, la historia de estos dos músicos. Es el fruto de mis propias reflexiones acerca de las, a menudo, traumáticas relaciones entre padres e hijos y el papel que el resentimiento -ese letal enemigo interior- juega en nuestras vidas.

  Solo añadiría a lo ya escrito que esta novela no pretende impartir ninguna enseñanza o lección, sencillamente describe con fina ironía y humor hechos extraídos de la vida real, y deja al lector dueño de sus personales conclusiones. 

  Espero que Hasta el fin del mundo quede como un buen recuerdo en la mente de sus lectores, incitándoles a continuar su íntimo y personal Camino de Santiago.